Era la fuerza natural frente a mí, conmigo y en mí contra, así, cara a cara,
imponiendo su realidad. Lo que es, sin mayores adjetivos, no es maldad sino
fuerza; en su esplendor, suelta, sin límites como si quisiera que yo también
quitara mis barreras.
No sé qué pasó, pero en el miedo colectivo, yo lo que sentía era su fuerza. La
vida, mi vida en medio de esa violencia. No era violenta, yo sabía que no me
haría daño, que solo se mostraba como era, como si quisiera despertar mi –fuer-
za.
Noté mi adrenalina, mi seguridad, mi felicidad y por
supuesto mi naturaleza. Dos fuerzas así, después de días de no estar, de mi ausencia…fue
como si me despertara, como si me invitara a resurgir, así, entre esa “violenta”
guerra de ser, de no callar las diferencias.
No lo entendí, lo viví, amé el momento y no entendí qué era,
pero mi cabeza sintió el choque eléctrico que me recorría, que me inyectaba la
vida. Quizás por eso no tenía miedo, quizás sabía que la calma solo llega
estando muerta.
Fue como volver al mundo, darme cuenta que aún había vida, había fuerza, tenía
que mostrarme así, con mi “violencia” que no es más que estar ahí, ser
auténtica sin miedo al miedo, sin elegir el mundo seguro de playas hermosas
pero “muertas”.
La vida está en el mar abierto, en el violento choque de dos
naturalezas…pero no lo entendí. La violencia subió solo para intentar despertar
la que era, mostré mi sal y mis mares en
lágrimas, en debilidad aprendida, reprimiendo mi real naturaleza ¿y mi fuerza?
Por algo desde el primer encuentro nos reconocimos, no tenía miedo, era feliz de saberme ahí, tan viva, tan violenta, tan natural y al llegar a puerto otra vez… la calma, la artificial manera de andar, de aceptar ser quien no era, insistí en la calma cuando lo que amábamos era la fuerza.
Por algo desde el primer encuentro nos reconocimos, no tenía miedo, era feliz de saberme ahí, tan viva, tan violenta, tan natural y al llegar a puerto otra vez… la calma, la artificial manera de andar, de aceptar ser quien no era, insistí en la calma cuando lo que amábamos era la fuerza.
Me equivoqué, me enredé en los guiones, temí monstruos de cuentos y olvidé que
siempre he amado esa violencia. Violencia de vida, que arrebata, que empuja,
que despierta pero no lastima, salvo cuando insistimos en no despertar, no
estar y no ver cara a cara nuestra naturaleza.
Me equivoqué y desperté en medio de ese mar abierto, desperté pero no me di cuenta. Si tan solo en ese momento hubiera entendido, si al bajar de esa lancha no hubiera dejado la vida… la historia sería distinta, sería tan fuerte, tan natural, tan irreal, tan violentamente nuestra.
Me equivoqué y desperté en medio de ese mar abierto, desperté pero no me di cuenta. Si tan solo en ese momento hubiera entendido, si al bajar de esa lancha no hubiera dejado la vida… la historia sería distinta, sería tan fuerte, tan natural, tan irreal, tan violentamente nuestra.
Pero…me equivoqué.
La violencia y su fuerza están conmigo, aún en guerra. Aún
parece que sus olas siguen muy altas y golpean el alma como si fueran a
reventar por dentro.
Un mar violento, con su fuerza natural, de colores definidos, que aún en medio
de su lucha, parecía abrazarme, como si toda su guerra fuera por no tocarme,
por no enfrentar mi delicada fuerza… No me di cuenta, Mi mar violento.
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