martes, 10 de noviembre de 2009

Zona de combate…

Una atmosfera espesa y lenta. El cuerpo pesa pero al mismo tiempo flota. Cada poro de la piel parece hablar y provocan la lenta respiración, como temiendo ser escuchados. Una resuelta duda; que no deja de ser duda, pero tampoco de tener la respuesta o desearla o pretender escribirla o de justo estarla escribiendo...

Sentir el estomago contraer, firmar la declaración de culpabilidad y caminar hacia la condena que tú misma has impuesto. Vencer las dos más grandes distancias de tu vida, las que te mantenían a salvo de estar viva, para detonar el fuego.

Una vez en la zona de combate, te das cuenta que no eres tan culpable o que no eres la única, o que quizás, más que haberte culpado, te rendiste; para verle triunfar y en su triunfo alcanzar tu victoria.

Nada mejor que rendirte, presentarte, mostrarte fuera de la armadura y lejos de los tanques que intimidan. Aferrarte fuertemente a quien en tu estado “vulnerable” hace sentirte fuerte e indestructible.

Respirar por fin del aire puro y olvidar los gases combatientes. Erguirte al mundo y no temer a nada. Llevar con orgullo la bandera contraria y sentir más tuya la que ya portabas. Desear permanecer por siempre en el más seguro de los peligros.

Esperar el momento y salir de la trinchera para hacer el recuento de los daños… El campo estaba florecido. Después, volver a la base, justo para el pase de lista: Soldado combatiente “caído, Sr.” Contraria caída “presente, Sr.”.

Reír como nunca, limpiar un rostro camuflado por el llanto y recorrer, nuevamente, aquella distancia nunca antes transitada..