miércoles, 16 de diciembre de 2009

Siempre pierdo, decía…

Lo había olvidado porque… no, jamás lo olvidó. Lo había evitado, porque le resultaba imposible describirlo en palabras.
Decía que sólo quienes lo conocen podrían entender ese vacío llenador en el pecho; que succiona y brota, que habla en silencio, que sacia y demanda o todas las contradicciones que sólo “viviéndolo” se pueden entender.

Optó por ser cronista de un momento, aunque dejara fuera de las letras, la magia que se almacena sólo en la memoria.

Era la noche del primer encuentro, aunque nadie sabía si habría otro. Tal vez eso facilitó la magia. Había una desesperación y urgencia, porque quizás pronto terminaba y el deseo de arriesgar podría cesar como tantas veces. Volverían a la blindada soledad y quedaría el recuerdo mezquino de “lo que pudo haber sido” ese que se vuelve tan conocido en personalidades temerosas.

Intentos, sensaciones, temores... y concluía, porque lo que no crece se muere. Sentían todo, apretaban el alma, mil dudas de hacer lo correcto, el tiempo detenido… había que romper el encanto o dar el paso. Se rompió el encanto a causa del deseo compartido de no ser responsables de sentir. Privilegiaban el anonimato afectivo, preferían la nostalgia de la mal sana búsqueda de lo inencontrable.

La noche avanzaba y no eran capaces de enfrentar lo que sentían, huían entre la gente que acompaña el momento. Intentaban ser uno más, pero vivían otra dimensión. Había conexión total, comunicación aún sin hablarse. La noche terminó, era tiempo de volver a casa, dar las gracias y con suerte; abrir la posibilidad de otro encuentro, aunque este podría no suceder.

Salieron, ella caminó apresurada adelante, como intentando regresar a la realidad. Desconectarse de él, recordarse quien era y controlar sus emociones, dejar de ser una niña enamoradiza. Llegaron abajo y dijo cualquier cosa, para tratar de despertar; estoy mareada o hace frio, lo importante era volver a la realidad.

Él no contestó, no quería volver y aumentaba el miedo en ella, de cualquier forma, ella luchaba por recobrar su realidad. Guardó silencio entonces, pero sentía cada paso, intentaba volver, pero él no lo permitía.

_¿Qué tienes?_ preguntó
_Nada_ respondió.

Pero él insistía. Creía que estaba molesta, pero no era así, en todo caso estaba... asustada, fuera de sí o tal vez demasiado en sí, como para que sus tan empleadas formas de evasión funcionaran. Caminaron cerca, pero cada quien en su lucha.

Llegaron al coche; le abre la puerta y comenta algo, cualquier cosa. Cierra la puerta _para él_ el momento en que da la vuelta al coche, es su tiempo para enfrentarse. _Para ella_ Esos segundos dentro del coche sola, son momento para preguntarse ¿qué me pasa? Ninguno tenía una respuesta clara. Entró al coche, los dos saben que la noche terminó. Ella sabe que irá a casa y será un buen recuerdo, está asustada.

Ella, Sólo quiere refugiarse, esconderse y alejarse del peligro. Él, no enciende el coche, pregunta nuevamente _¿qué te pasa? _La respuesta es la misma _ NADA.

No era NADA, era todo, pero no era malo, así que no podía dar una queja. Estaba bien, pero sin saber definir ese estado, era totalmente nuevo. Él intenta detonar un tema, pero ella evade los comentarios.

Entonces él: respiró, hizo gestos de enojo y comenzó a hablar con prisa, como si algo pudiera impedir que dijera todo lo que pretendía. Ella quiso guardar cada palabra, pero su mente estaba muy turbada, guardó lo que sintió, más no el discurso… Aun sin entenderlo, era lo que sin duda quería escuchar, así que no fue difícil que confiara.

_ No sé por qué, pero te creo,si no confiara en ti no estaría aquí _ Respondió ella, sin poder decir más.

Sabiéndose vencedor o vencido, nunca se descifró el misterio, volvió a sus inefables acciones. Se acercó a ella, buscó su cara, su mejilla, sintieron el rose de su piel, buscó sus ojos, sintieron respirarse lentamente… estaban a milímetros de escribir la historia de la niña que temía estrenar su cuaderno de afectos.

 El tiempo seguía, tenía que pasar algo o simplemente se rompería el momento, ella se rindió. No podía luchar contra alguien que sabía aceptaba perder, cuando ella deseaba ser vencida. Su rendición implicó la acción… no hizo más que decir todo lo que sentía, todo lo que le pasaba, todo lo que esperaba, todo lo que tenía que dar y que no era posible con palabras.

Su ingenuidad de niña se atrevía a hablar de sentimientos, aún si conocerlos. Había sabiduría desconocida y natural inexplorada.

Sonrió, como quien se apena y baja la mirada. Él preguntó ¿por qué? Ella movió la cabeza con calma, diciendo NADA.

Él no sabía que era su letra la que inauguraba su alma, sus afectos y rompía sus temores. Él, no sabía que había una rendición total contra sus luchas internas, que ella no tenía idea de lo que estaba haciendo. Ella, ya no quería palabras, no quería recobrar la consciencia porque no tenía la teoría de lo que sucedía.

Él pensó que ella se sentiría culpable y quiso corresponder a su decisión de arriesgar. No sabía que ella asumía que era el fin, que era el cierre de una gran noche que deseaba que no le faltara nada. No sabía que respetaba sus miedos, sus designios de momentos y no más. No sabía que no esperaba nada, que sólo asumió el riesgo y lo hizo. Que sabía tendría que confesar sus culpas y no precisamente a Dios, porque también sabía que Él lo avalaba. Sólo habría una confesión necesaria y un buen recuerdo.

Ella había decidido enfrentar a la mujer, sin que implicara necesariamente un compromiso. Pero tal vez era deseo de él, no romper el encanto o ver a esa niña tierna y no a una más de las de siempre, lo que le hizo no permitirle cumplir su decisión.

Pero, ya que él lo pide y ella lo desea, aunque no pensó alcanzarlo, respondió con sarcasmo blindado de sentimientos, como riéndose del discurso de la niña que espera su príncipe que él había citado. Ella no quería eso, NO quería un cuento, aunque le enternecía el gesto.

Pero ahí lo entendió, lo conoció y lo quiso así, con todo lo que era y en tan sólo un instante, en tan sólo ese "uno más de sus momentos". 

Asumió su pasado _el de él_, enfrentó sus miedos _los de ella_ y quiso entonces ser mejor, quería que su inexperta vida afectiva no le limitara. Quería sanar sus heridas, quería abrazarlo y no soltarlo, quería que supiera que no estaba solo, que nunca lo estuvo, que eran algo desde siempre.

Escuchó la profundidad de la que el huía, de la que escapaba. Se fue a él y lo albergó en ella. Ese espacio de vacío entre él y ella, esa sensación que paralizaba todo, que le llevaba a él pero le hacía sentir tan llena. Para ella era tan claro, pero nunca supo si él lo entendía todo.

Era la magia, era el momento y la rendición _de ella_ ante el deseo _de él_ de ser vencido. No supo cuánto duró, pero fue largo, tenían que decirse tantas cosas que querían fueran escuchadas.

Tal vez por eso no ha habido otro. Hubo muchos después de ese, pero era el mismo, sólo con menos prisa, con menos arrebato, pero continuaba y quedó así, sin concluir, sin punto final. Tal vez por eso no entendió nunca cómo pasar la página. No se termina una historia sin punto final y él lo olvidó, o eligió, no ponerlo.

“Siempre pierdo” decía, como si ella ganara la batalla de no necesitarle. No sabía que aunque sus deseos eran frecuentes, llegaban tarde a la necesidad de ella. Que no era él, sino ella, quien perdió. Perdió dar todo lo que necesitaba dar, perdió demostrarle lo que sentía, perdió ganar la lucha contra reloj, perdió la oportunidad de mostrarse transparente, perdió tenerle pleno y agradecido de darse.

Siempre perdió, él lo creía. Siempre tuvo dudas, sentimientos de no reciprocidad. Si él hubiera sabido lo que ella sentía, si él hubiera conocido su deseo de tenerle… tal vez se hubiera ido antes.

Era él y era ella, con sus temores, ocultando lo que el otro quería escuchar, por miedo a perderse. Se iba a terminar, por lo menos ahora sabrían que renunciaron a ellos, que no eran y No, que renunciaron a una sombría imagen.

Pero así era necesario y aún ahora, se alegra de ese primer momento. El de la rendición. Aunque después el miedo regresara y se negara o se olvidara de lo que se dijeron en ese instante mágico.

Tal vez por todo eso lo guarda, ahí, en la vitrina de las primeras veces, pero en la especial, en la que están sólo las que fueron primeras y fueron perfectas. Porque es raro encontrarlas.

 A decir verdad, guarda sólo ese...
Su mirada fija - Repollo y Atún

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