lunes, 25 de mayo de 2009

La abuela muerta...

La vida siempre esconde interesantes episodios que albergan tantos elementos de la identidad mexicana, que a veces es imposible salir y no disfrutar de ellos.


Como todos los días; llegué de trabajar, cociné cualquier cosa que saciara mis apetitos _aunque no logre inspirar mucho a mi sentido gustativo_ finalmente nadie cocina para uno solo, como sabiamente enuncio alguna vez un jesuita.

Un poco de reposo y salí a correr a mi contaminada glorieta. Ahí donde el arbolado espacio, hace ignorar un poco las partículas dañinas que arrojan los apresurados conductores que regresan de sus cotidianas jornadas laborales,esa que por formar parte de la siempre privilegiada clase burócrata, concluyo antes que ellos y me permite ser observadora y no otra más.

Comienzo caminando, como para intentar distraer mi mente y que sin ser consciente tenga el deseo de apresurar el paso hasta terminar corriendo; sin que eso le represente un esfuerzo mayor y mi comodino subconsciente no termine por evadirlo.

Mi celular, que en estos tiempos de carestía funge como reproductor de música, acompaña mis pensamientos _que igual que mis pies_ se sienten libres entre arboles y aire fresco. Porque aunque no limpio, guarda su agradable temperatura.


Hablamos de todo, ella y yo, ella la que habita en mí y se encarga de atraerme un poco al mundo real.
De pronto interrumpo mi charla, me enternece ver a tres niños dando vueltas a la glorieta, pero una niña va en una andadera ortopédica y el niño le empuja alegremente mientras la tercera comparte el momento con ellos. No pude evitar sentirme agradada por la imagen de amor, emocionada por la chispa divida y solidaridad de los niños, ver sus risas ante la adversidad y disfrutar de una tarde, sin importar las dificultades que ponga la vida.


Mi sentimiento de admiración y emoción, pronto fue asaltado por la risa cómplice e ingeniosa que no sé si atribuir a los mexicanos o a la humanidad, pero creo que por lo menos en este país la tenemos más afinada.
Apresuré mi paso y quité mi ternura, pero sonreí abiertamente ante la ocurrencia. Claro!!!! desconfié y supuse que la niña de la andadera no necesariamente estaba imposibilitada para caminar, cuando pasé junto a ellos, vieron la risa de quien descubre su ocurrencia... recordé mi infancia.


Pensé en la procedencia de la andadera... supuse que seria de la abuelita muerta, que ante la inutilidad del aparato rodante, este trío de pillos habían decidió explotarlo. Imaginé el dolor de la madre (adulta y consternada) enojada tras los chiquillos que "irreverentemente" hacen uso del recuerdo que les dejara la anciana.

Pensé en la ocurrencia del mexicano y la risa de la muerte. Seguí corriendo, la siguiente vuelta ya venía el niño sentado y la niña le empujaba. Esta vez era mejor porque el niño simulaba poco control de su cuerpo, un torpe movimiento nervioso, me reí más de pensar en cómo estos tres habían aprendido mucho de su abuela y como eran capaces de recordarle; viva, sin dolor mal sano. Se apenó un poco el niño, porque sabiéndose descubierto desde la vuelta anterior, se reía internamente de los nuevos peatones que les enternecía su escena, pero sabía que yo conocía su secreto.


Me pregunté si realmente la madre sabía que la andadera, tal vez guardada como tesoro de recuerdo, estaba en media glorieta de Diamante, en un camino poco favorable para las pequeñas llantas…después de analizar con gracia el episodio seguí corriendo y lo olvidé, poco a poco el cielo nublado fue oscureciendo más y vi venir una familia completa que se retiraba de una tarde de recreo. Eran los papas, tres niños y una anciana que apoyaba su lento caminar en una andadera. Volvió mi sonrisa emocionada y cómplice de ocurrencias.


Ni la abuela estaba muerta, ni la madre sufría, ni los niños se reían del recuerdo. Me alegró ver que la abuela asume su tiempo de vejez y las herramientas que requiera para seguir disfrutando de ahora sus nietos. Me agradó la viejita que le presta la andadera a los chiquillos, para que se rían de la vida y no la tomen tan enserio.
Entonces me hace pensar en el sentido que le da a la abuela ver a tres ocurrentes, dar vueltas en lo que para ella podría ser símbolo de débil senilidad, pero que ante la siempre sabia visión infantil, le encuentra lo divertido. Imagino a la anciana sonreír un poco en su lento caminar, viéndose a ella dueña y poseedora absoluta de tan grande y divertido artefacto.

Me reí y me reí, mucho más para mí que para el exterior. Supe que los abuelos necesitan a los nietos. Como cambia el mundo con esos diminutos seres, que para las prisas de los padres a veces son estresantes, pero para la calma de los abuelos son tan necesarios…


Empezó a llover, di dos vueltas más bajo las frescas gotas. Disfruté de la que sin duda era lluvia ácida, pero ha-sido reconfortante sentirla en mí, me recuerda que estoy viva, igual que la abuela ;)

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