viernes, 29 de mayo de 2009

En la infinita soledad del viernes... Mi siempre fiel compañero.

Tal vez porque fue algo que me acompañó desde mi primer año de kinder a mis limitados 2 años y  hasta los 17, en mi último semestre de prepa, pero quiero hablarles de él.

Ja, me río tan sólo de desenmascarar mi tema.

Mi siempre fiel compañero y nutritivo sandwich. ¿Porqué hablar de algo tan irrelevante? Tal vez no lo sea tanto, mi lonche y el de mis 3 hermanos, siempre llamó la atención y no sé si para ellos (mis hermanos) como a mí, llamara la atención el sandwich del resto de los niños. Había un gran abismo entre los convencionales y el mío. 

La sandwichera hubo que conseguirla con una altura superior a la convencional, creo que era espacio para dos, pero curiosamente con uno se llenaba. Esas blancas con tapa negra del tupperware.

lograr el objetivo implicaba un ritual. Mi mamá, que todos los días se levantaba a las 6 de la mañana;  en lo que nosotros nos vestíamos, ella abría el refrigerador, sacaba sus materias primas (todo lo que hubiera, todo) ponía 4 panes sobre un plato extendido, desinfectaba lechuga, jitomate y todo lo crudo que se fuera a emplear, freía papas, pollo, champiñones, picaba aguacate, quesos, chile, crema, mayonesa, frijoles… todo de verdad todo. Era un autentico laboratorio.

Para ese entonces ya eran las 6:30, había que apresurar el paso, iniciaba el armado, dos de cada cosa para los 4 panes, terminaba de colocar y ponía las 4 tapas, sacaba las servilletas, las servitohallas y el aluminio (era necesario cubrir bien para que no se derramara todo el contenido) terminaba, dejaba el producto final por un lado, en espera que bajáramos las sandwicheras _que siempre dejábamos en las mochilas, por más que decía que se las entregáramos desde un día antes cuando llegábamos_.

En 15 minutos sacaba naranjas, el exprimidor y con una velocidad impresionante, hacia 2 litros de jugo, esperaba la llegada de las cantimploras (unas raspocitas, ovaladas con tapas rojas) a 10 para las 8 bajábamos con los utensilios de transportación en mano, mi mamá lavaba sandwicheras y cantimploras en la misma velocidad apresurada, escurría por segundos, enjuagaba con agua purificada _para asegurar que no quedaran partículas dañinas en su interior_ metía los 4 sandwiches, colocaba el medio litro de jugo de cada uno, los entregaba con un gesto de prisa y molestia, porque como siempre los trastes llegaban a última hora. 

Corriamos al coche, si alguno de los 4 serecillos no se había avivado a poner su mochila en el asiento de adelante para apartar el lugar, venía el pleito por ese sitio privilegiado, el que había logrado poner un pie primero sobre el coche se quedaba con el triunfo. Salíamos con 4 minutos de tiempo para llegar a la escuela (no pregunten cómo ni a qué velocidad, pero a la hora en punto estábamos a la puerta de la escuela) venían los 4 besos a la mamá, bajábamos del coche y salíamos disparados a nuestros salones listos para empezar un día de éxito ¿acaso hay otros?.

Eran las 10:30 y ya contaba los minutos para el recreo que era a las 11, daban el timbre y con toda tranquilidad me disponía a sacar el sandwich y mi jugo 100% natural. Mis amigas salían a comprar tacos (que juraban que eran de frijoles, pero yo veía una tortilla doblada, pero que ricos eran) y un refresco. Ya una vez todos con nuestro desayuno, nos sentábamos en una bardita al fondo del patio.

Sacaba mi sandwich, cual quico, esa altanera presunción que se siembra en un niño que se siente seguro y protegido. Era una interesante aventura descubrir qué tanto contendría mi sándwich ese día. 

Sujetaba fuertemente mi mega sandwich, le daba una mordida y un trago al jugo (recuerdo el olor de mi cantimplora y recuerdo como jugaba a ver el interior por el mismo agujero por donde salía el jugo, entre hacer viscos y direccionar mis vista a un espacio pequeño). Algunos de mis compañeros, que también se tomaban sus mamás la molestia de hacerles un lonche, sacaban su sandwich de PAN BLANCO (porque faltó agregar, pero creo era de esperarse, que en mi casa sólo se consumía pan integral) en fin, el de ellos tenía su pan blanco, un poco de mayonesa, una transparente rebanada de jitomate y una rebanada de jamón.

Mis amigos abrían su sandwich, le tiraban el jitomate y se comían su pan ñengo de jamón crudo (porque en mi casa jamás se podía comer jamón sin antes freír para asegurarnos que estuviera libre de cualquier bacteria y eso cuando se comían esos mal sanos embutidos) total que casi de una mordida todos terminaban sus alimentos y yo iba por la mitad, finalmente terminaba, siempre he sido de buen diente.

A mí me gustaba ser la del sandwich diferente, pero siempre se me antojó saber cómo era eso de comer esos diminutos alimentos no nutritivos, de pan blanco ñengo, el mío era bueno, pero el de ellos se veía como golosina. 

Al terminar comprábamos una paleta de hielo con el paletero que entraba al patio de la primaria, le saludaba con un firme, fuerte y seguro saludo de PaaALETERO!!!! (como si así se llamara) le hacíamos rueda a su carrito, nos parábamos en la llanta para ver el interior y poder escoger, aunque siempre comprábamos el mismo sabor. Edmée siempre compraba uva, yo odiaba ese sabor artificial y compraba vainilla, el resto de los amigos no me acuerdo. Terminábamos jugando al puente robado o Stop, caray era tan divertido, recuerdo el descontento al escuchar la campaña tocar (la misma vieja campana que alguna vez dejara caer su diente sobre la maestra al estarla tocando jajajja).

El punto es que el toque indicaba que terminaba nuestro momento de juego. A veces jugábamos enchocolatados. Oh!!! enchocolatados era mejor, porque se sumaban todos los grados, terminaba una rueda de casi todo el patio y ahí venía los monillos corriendo alrededor, planeando la estrategia de donde cortar para asegurar llegar primero y ganar, otras manos entre bailoteando y gritando “aquí, aquí!!” porque nadie los hacía correr y no era tan divertido estar ahí parados.

Pero, si si, ya! dieron el toque final y había que ir al salón, a sacar 10`s, leer en voz alta para el grupo y demostrar que éramos los aplicados, ja, así era. Pasar al pizarrón y resolver las cuentas antes que el de al lado, escuchar un: Flor, voy a salir, anotas al que se salga o se levante…

Ah que cosas, pero la culpa de todo eso, de los 10`s, de la seguridad, del orgullo y altanería… todo eso tenía su fundamento en mi sandwich que marcaba una superioridad mal sana; además de una mente bien nutrida, un cuerpo descansado y un beso al bajar del coche! 

Todo eso marcó mi diferencia, en su momento no lo sabía, pero ahora sé que para el resto no era fácil. Que había injusticias, que los maestros nos trataban mejor porque sabían que al menor quejido estaba mi mamá en la puerta para ver qué problema teníamos. Ahora entiendo que había niños que el profesor menospreciaba, ofendía y pegaba, confiado en que en su casa ni se enterarían y de hacerlo no les preocuparía.

Quería reírme de mi sándwich, pero salió de manera natural aquel recuerdo que ahora duele. Acordarme de “los burros” lo que debe significar para un niño ser encasillado de esa forma. Lo frustrante que ha de ser ver que tu compañera de al lado logra resolver las cosas en minutos y a ti se te cierra el mundo. Pero ese niño no sabe que él tiene más mérito al seguir ahí, aunque la vida no le sonría. Que no es burro, que se lo han hecho creer, aunque sin duda eso es un factor determinante. Que su mente no puede ser tan clara cuando no desayunó, cuando hay complejos de inferioridad, cuando ve entrar a la altanera niña bien peinada y bien planchada sentarse en la primera fila y él, sucio y mal alineado escondido en la última butaca.

No quiero este sistema educativo. ¿Dónde están los maestros de vocación que son capaces de identificar las fortalezas de sus alumnos para reafirmarlos y motivarlos a superarse? ¿Dónde están los profesores que saben reprimir las actitudes discriminatorias del resto de los niños, en lugar de felicitarlos y ponerles una estrellita que no hace otra cosa que separar los LISTOS de los BURROS? Por qué en esos años donde se sembraran los complejos y las seguridades del futuro ¿por qué no se hace nada?

Cada acto académico, cada fin de cursos, era de almacenar diplomas. No fue hasta la universidad (universidad privada y con sistema educativo jesuita) donde tenemos un carácter y madurez mejor formados, donde no se dieron reconocimientos. No se cometió ese acto injusto y discriminatorio, porque no sabemos si el 10 de alguien costó mucho menos que el 7 de otro, es sólo un número y todos logramos el objetivo que era lo importante. Ahí fue donde me dijeron "el que llega primero llega solo".

¿Qué hacemos? ¿que el mundo luche por pertenecer a la educación privada y los que no puedan que sufran nuestro sistema discriminatorio? Aun sin preocuparnos por los otros, nos afecta. Son este cúmulo de resentimientos y dolores del alama, los que han ido creando una sociedad de inseguridad y de miedo. 

Si no nos preocupamos por sembrar amor en un niño, no podemos esperar que al crecer pueda darlo. Si no hacemos nada por sanar esas heridas o evitarlas, que no nos extrañe este mundo resentido. Nadie da lo que no tiene.

Tal vez los reclusorios, no son sino la nueva sede de aquella butaca de atrás y donde nuevamente se quedan, los que no pueden pagar una fianza, los que no tienen palancas, los ignorantes, los olvidados…

Perdón, iba a hablar de mi simple desayuno escolar, reírme de mi extraño sandwich y la obstinación de mi mamá en que estuviéramos bien alimentados y seguros, pero eso detonó un tema tan obvio que hasta ahora dolió y no pude dejar de externarlo. Tal vez mi sandwich hubiera alcanzado para dos, eso me faltó pensarlo antes. 

Tal vez si hubiera sabido que lo importante no era llegar primero, hubiera sentido más al mundo. Tal vez habría menos diplomas y más amigos.


P.D. mi hijos serán menos protegidos, tal vez serán menos SEGUROS (seguridad fundamentada en un sentido de superioridad) pero apelaré a que sean más humanos y NECESITEN de los demás. Aunque claro, una alimentación sana y un beso de despedida, no se le niega a nadie.

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